miércoles, 30 de septiembre de 2015

La verdad de nuestra historia contada por mí.

Nadie te avisa. Ocurre.

Admito que tenía miedo al amor. Tenía miedo de enamorarme. De hecho creía firmemente que no podría volver a enamorarme jamás. Me negaba. Cada vez que la sola idea de formar una pareja se asomaba por mi mente, la desechaba a la velocidad de la luz.
Así pasaban los días y mi firme convicción se hacía cada día más y más fuerte. Creía que así nadie podría romperme el corazón. Me cerré en banda al amor. Le tenía pánico. Pero apareció él. De la nada, sin avisar, sin tocar el timbre, así, gratuitamente. Como quien entra en una fiesta sin ser invitado. Como quien se cuela en la piscina del vecino en una noche de verano.

Voy a ser sincera y voy a dar mi opinión al respecto. Lo tenía planeado. Yo era esa clase de reto pendiente para él. Admito que le creo cuando me dice que ya le gustaba de antes (argumento al que los hombres suelen recurrir para encandilarnos), Pero le creo, sin más. Le creo por el modo en que me mira mientras lo dice. Por el modo en que me mira casi todo el tiempo. Le creo porque aunque aunque no me había dado cuenta por aquel entonces, el a mí, también me gustaba. A lo que iba, Yo era esa casilla por rellenar, ese asunto pendiente que todos tenemos. Él tenia que esperar, lo comprendo. Y esperó, espero a que llegase el momento oportuno. Así que buscó la típica excusa tonta, buscó el vacío legal para poder pedirme una cita encubierta, (sé que no estas de acuerdo, pero aquello del Bepanthol fue una cita encubierta en toda regla). ¿Quién le propone a una mujer acompañarla a la farmacia? Es evidente, lo estaba esperando como un león espera a su presa.

El resto... es predecible. Pasó. Me cazó bien cazada. Con su cara de niño bueno, su pose de comprensión frente a mis problemas banales. Su paciencia, su constancia. La cuestión es que no sé como lo hizo pero todo aquel muro de 7 metros de ancho de puro hormigón armado, se fue a pique. Hecho cenizas. Trizas.

Recuerdo esos días, como mis amigas me miraban incrédulas con las mandíbulas rozándoles el suelo de sorpresa. Me repetían: ¿Cristina, estás segura?, ¡Cristina, que tú eres muy exigente, piénsalo bien! Y yo, incrédula de mi misma, les decía: -Estoy completamente segura.

¿Cómo puedes estar tan segura de ti misma, con tus creencias y convicciones y llega un hombre a tu vida que lo pone todo patas arriba y al día siguiente te alimentas de ilusión?

Pues ahí estaba yo, de la noche a la mañana, preparada, preparadísima para amarle. Vaya, que no tuve ni que pensármelo, dije que Sí sin dudar. Todo fue rapidísimo, pero ni el uno ni el otro teníamos dudas. Fue rotundo. Amor a primera vista. Flechazo. Fue algo fuera de lo normal. Suena pasteloso, pero es la pura verdad.  Admito que al principio tenía mido, pánico, horror y demás sustantivos que impliquen pavor. Me dije a mi misma, si no funciona de ésta no te levantas.

Fíjate que yo me enamoro poco a poco. O eso creía yo según la experiencia que una acumula a lo largo de la vida, que la verdad, no es mucha. Siempre me había costado. Soy de las caprichosas, de las que jugueteaban, de las que hoy si pero no mañana. Me cuesta colgarme de verdad. Y resalto el DE VERDAD. Por que una cosa es colgarse en plan capricho y otra hasta las trancas. Pues bien soy de las que iba despacito. Pero con él...  El primer día ya sabia que me iba a morir por sus huesitos.

Todo suena a color de rosa no? A estas alturas del texto me lo imagino vomitando arcoiris como él dice cuando me pongo cursi. Pero me da igual. Esto es tan cierto como que me llamo Cristina. Total, que empezamos a salir. Y lo típico, creo que a veces me pongo trabas a mi misma. Reconozco que al principio necesitaba saber si el barco iba a llegar a buen puerto y quizás tuve demasiado miedo de dejarme llevar. Pero de pronto, me di cuenta que yo, no tenía ninguna duda. Ninguna. Es más. Sabía que era él. Lo supe en realidad desde el minuto cero. Lo sé.

Reconozco que he querido antes, pero amar es esto. Amar no he amado antes. Ahora amo sin condición. Porque con él no me cuestiono nada. Todo a su lado es más fácil. Él sabe llevarme. ME completa, me complementa, me da calma. Me hace sentir a salvo. No dudo de él ni un sólo instante. Confío plenamente. Ciegamente.

No hay nada que pensar porque con él las cosas surgen por si solas. Jamás había estado tan feliz, tan a gusto, tan cómoda con alguien. Y por primera y única vez estoy segura de querer y necesitar a alguien en mi vida para siempre. Por eso, te prometo que perseguiré nuestros sueños. Que lucharé por si siempre. Por un nosotros. Porque si algo tengo claro, es que no es ni medio normal lo mucho que te llego a amar, y eso debe de significar algo, no?

Así que sí, este es un breve resumen de cómo me convertí en defensora del amor. Y en una cursi sin remedio, también. Te quiero.




martes, 25 de agosto de 2015

Mi definición de definitivo.



Desde pequeña vas forjando una personalidad, te fijas en tu entorno y vas creando un croquis mental de como será el esperado hombre de tu vida. Ese croquis es algo que cambiará a lo largo de tu vida, pasando por diferentes etapas. A los catorce quieres al chico malo del instituto sin importar nada más que cuando gane el torneo de fútbol te mire y te dedique el triunfo. A los dieciséis toda mujer cree haber llegado a su madurez, por ello buscamos un chico que nos de "estabilidad" aunque en realidad, a todas nos ha pasado, te acabas ahogando en esa falsa estabilidad. A los dieciocho ya no crees en el amor y empiezas la típica relación de "a ver como va..." y entonces sí, te enamoras como una loca posesa, conoces a su familia y te crees que ese niño disfrazado de hombre acabará siendo el padre de tus hijos...  y entonces llega. EL DESAMOR. Oh, si. Cómo llega a doler, la vida se torna gris. A la semana vuelves a ser más feliz que una perdiz y crees haber perdido el tiempo derramando lágrimas de cocodrilo.

Pero y después? Después cometes muchísimos errores, aunque por lo menos ya te has llevado unas cuantas lecciones de vida por lo que terminar con ese capullo ya no se te hace tan difícil. A los ventipocos llega la segunda crisis, en la que desechas la idea de volver a enamorarte. Pero la vida es retorcidamente curiosa por lo que cuanto más convencida estas de que lo tuyo es quedarte más sola que la una, el caprichoso azar te da un revés y hace que ocurra.

Oh si. Aparece él. Ocurre. Dicen que cuando ocurre todo en cuanto te rodea se torna innecesario, que de pronto tu cuerpo ya no necesita alimentarse más que de ensoñaciones, que de golpe todas tus preocupaciones desaparecen, porque lo único que importa a partir de ese momento es él.

Estaré haciendo lo correcto? ¿Será él? ¿Habré dado con el definitivo?

Entonces empiezas a repasar todas y cada una de tus experiencias, haces por lo menos 3 listas de pros y contras, le buscas defectos. No tiene, Bueno ya tendrá, Algún día se los encontraré, no? Desistes.
No sabes como ocurre pero de pronto ya has caído, cada sutil movimiento del sujeto te cae en gracia, te pasas el día hablando de él, lo metes en cualquier tema de cualquier conversación, porque TODO tiene que ver con él, si tienes un problema la respuesta es él. Y así día a día avanzas sin comprender porqué te estas enamorando de esa manera, por qué no te habías dado cuenta antes...

Avanzas, avanzas sin responder una sola de tus preguntas y ahora, ahora es cuando comprendo  por qué estoy enamorada de ti.  Porque no lo buscamos, porque nos queríamos sin darnos cuenta.

Ahora muchas veces me vienen a la cabeza recuerdos, miradas, pensamientos. Te tenía tan cerca y a la vez tan lejos... sólo nos hacia falta encontrarnos. Y por eso caí rendida en cero coma, porque tú eras la respuesta desde el principio, tu eres el resultado de todos mis errores, tú eres mi ACIERTO.

Ésta es mi definición de definitivo, porque siempre te quise, aunque no te conociera.